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martes, 10 de noviembre de 2015

Un apicultor en la 'City' de Londres


A las siete de la mañana, Dale Gibson es un "stockbroker" perfectamente trajeado en las oficinas de una firma financiera en la 'City 'de Londres. Pero a las cinco de la tarde, el corredor se bolsa se afloja la corbata y se pone el "buzo" de apicultor, listo para completar su segunda parte de la jornada entre las ocho colmenas diseminanadas por la terraza de su casa al sur del Támesis, con el aguijón del Shard marcando el horizonte.Tal día como hoy, Dale acude a la cita con el inseparable ahumador y prepara a las abejas para la 'invernada', con un sirope medicinal que les servirá al mismo de tiempo de alimento y protección contra los hongos en los meses fríos. El apicultor de la 'City' se mueve casi como un astronauta ingrávido, procurando no interferir excesivamente en la vida hacendosa de sus abejas, que en el 2011 contribuyeron a convertir 'Bermondsey Street Honey' en la mejor miel de Londres.En la capital británica hay ya 645 apiarios en un radio de 10 kilómetros. Pero la fama de ciudad-jardín no es suficiente, y de hecho la producción local ha caído este año. La miel de la Calle Bermondsey -en el sur industrial, victoriano y 'dickensiano'- se ha mantenido sin embargo en torno a las 700-800 jarritas, muy cotizadas por los restaurantes y tremendamente apreciadas por los  vecinos. Todos los sábados se agotan las existencias en el mercado callejero del barrio.




Lo que empezó como un hobby, hace apenas ocho años, se ha convertido no ya en el segundo trabajo sino en la auténtica pasión de Dale Gibson, que a sus 58 años ha descubierto una misteriosa conexión entre los oficios de 'beekeeper' y 'stockbroker'..."Las abejas son unas excelentes indicadoras ambientales: intuyen cuando hay una amenaza o un riesgo. También son unas auténticas maestras de economía colaborativa: actúan como un auténtico 'supraorganismo'. Calibran muy bien hasta dónde pueden llegar, no más allá de cuatro kilómetros, para conseguir un buen néctar y obtener un buen retorno".
"La función de un 'stockbroker' tiene algo en común", advierte Gibson. "Se trata de un trabajo de alto conocimiento y alta frecuencia: cada diez minutos tienes que tener una idea nueva que pueda ser interesante para un inversor".
Llegados a este punto, Dale Gibson rompe una lanza por la ética del 'stokeborker', que debería ser la misma que la ética del apicultor: "Del mismo modo que no puedes "jugar" alegremente con el dinero ajeno, no puedes venir a jugar a las colmenas. Hay que ser tremendamente respetuoso con las abejas y con su entorno. Tienes que hacer lo posible por lograr una colmena feliz, interfiriendo lo mínimo y procurando sobre todo que a las abejas no le falte alimento en su entorno. Aquí tenemos la suerte de contar con islas de vegetación en los tejados, y en el parque cercano plantamos árboles frutales y plantas aromáticas. Conviene tener en cuenta un principio muy simple: una abeja con hambre es una abeja cabreada".
A la caída de la tarde, mientras extrae cuidadosamente las alzas de sus colmenas para introducir el sirope medicinal, Gibson nos invita a meternos en la piel de las melíferas: "Es lógico que estén alteradas porque lo que hacemos es irrumpir sin permiso en su hábitat. Donde antes tenían oscuridad ahora tienen un fogonazo de luz. La temperatura de 33 grados cae en picado, y encima les movemos los 'muebles'". Yo me pregunto cómo reaccionaríamos los humanos si alguien entrara así en nuestra propia casa".
Dale Gibson ve la apicultura casi como una "danza" entre el hombre y la abeja... "Es un trabajo físico y duro, que requiere a además una capacidad de observación y grandes dosis de paciencia. Yo lo comparo un poco con la ganadería: el principal objetivo es que los animales estén bien alimentados, y partir de ahí puede empezar el mutuo entedimiento".
El apicultor de la 'City' no lleva la cuenta personal de los picotazos, tampoco son tantos. Su mujer, Sarah, es alérgica a las picaduras de las abejas; se diría casi que ellas lo saben y prefieren no adentrarse en casa, aunque las puertas y las ventanas estén abiertas. Las colmenas están emplazadas a los dos lados del tejado de dos aguas, en la planta superior y sobre la calle Bermondsey, cita obligada del Londres gastronómico.
Allí echó raíces el chef extremeño José Pizarro, que utilizó la dulce producción local para su receta del cordero al horno con miel. "José es un gran fan, y también el "chef" Tom Kerridge. Hacemos lo que yo digo una "miel honesta". Los mismos principios de lentitud y trato gentil de las abejas lo aplicamos al proceso de extracción y fliltrado. En el Soho House ayudamos a crear su propio apiario, y vendemos miel artesanal no sólo de la ciudad (Metro) sino de las colmenas que tenemos también en el campo (Union)".
Tras ocho años pluriempleado con sus abejas, Dale Gibson ha acumulado la suficiente sabiduría como para animar o disuadir a quien esté pensando en dedicarse a la apicultura urbana, sin necesidad de ejercer de siete a cuatro como 'stokbroker'... "Lo fundamental es asegurar que las abejas tengan que comer, igual que nos preocupamos para que no le falte pasto al ganado. No basta dedicarse a las abejas por entretenimiento, como si fuera un hobby cualquiera. La miel no cae del cielo, ni sale automáticamente el grifo".

viernes, 20 de febrero de 2015

APICULTURA URBANITA (PALENCIA PIONERA)

Madrid_

El segmento laboral más eficiente de Nueva York no lleva corbata ni está pendiente del Dow Jones. Ha montado su oficina entre rascacielos pero jamás ha encendido un ordenador. Como a sus compañeros del frenético Manhattan, a ellas también se les pasa el tiempo zumbando (unas 10 horas al día para ser precisos). Han aterrizado las abejas en áticos y azoteas para elaborar rica miel urbana, diminutas obreras que se han puesto de moda en la ciudad que nunca duerme y que rinde culto a todo colectivo que optimice el rendimiento laboral y mejore el entorno.

Si no hace mucho fueron los jardines y huertos domésticos lo más en boga, ahora irrumpen las colmenas metropolitanas como tendencia entre ejecutivos, foodies y hipsters. Crecen sus adeptos desde que se levantara la prohibición en 2010 para un país con casi tres millones de colmenas. Se multiplica la adhesión (y rentabilidad comercial) y se desdoblan los apicultores (se cifran en unos 300 los que domestican las 258 clases de abejas melíferas y salvajes neoyorquinas). Muchos hacen doblete: por la mañana no separan los ojos del monitor y por la tarde se los protegen con mascarillas para cuidar panales y colmenas.
La mayoría forma parte del batallón de la New York City Beekeepers Association. Como Andrew Coté, su presidente y afamado ecohéroe de la Gran Manzana, que atiende a Fuera de Serie entre sus dulces menesteres. “Comencé en la apicultura cuando tenía 10 años, junto a mi padre, que entonces era bombero [trabajó en tareas de salvamento del 11-S] y que todavía es apicultor. Me mudé a Nueva York en 2007 y fue cuando me empleé en ello a tiempo completo”. Nacido a 45 minutos del río Hudson, vende miel a US$15 la tarrina. Las referencias parecen un tour turístico: polen de Brooklyn, jalea real de Queens, miel batida de la Segunda Avenida con la calle 14... Los miércoles se aposta en el mercado de granjeros de Union Square; los viernes, junto al Ayuntamiento; los domingos en Tompkins Square. Los botes de cristal vuelan.
Andrew también despacha enjambres, equipamiento y servicios apícolas desde su empresa Andrew’s Honey e imparte talleres por todo el mundo. “El año pasado estuve en Islandia, Kenia y las Islas Caimán. Ahora me marcho a Copenhague y Berlín, luego a Cuba...”, explica quien también pasó por Valencia para visitar las cuevas de Bicorp. Allí disfrutó de las primeras pinturas rupestres -8.000 años de antigüedad- que reflejan interactuación con abejas. “La apicultura se disfruta en muchos centros metropolitanos como Nueva York, París, Londres, Hong Kong, Tokio, Berlín... Hay riesgos, pero son mínimos [a él le pican todos los días]. En las ciudades la gente se mata por los taxis y los ciclistas, pero a nadie se le ocurre ilegalizarlos. La apicultura es una hermosa manera de conectar con la naturaleza en un entorno urbano”, subraya.
Como explica Coté, no sólo el Bajo Manhattan ha vivido esta invasión controlada de enjambres urbanos. En París, donde tambien se ha abierto la veda a las colmenas domésticas, un ejemplo son las instaladas en la Opera Garnier de París. Todo partió de Jean Paucton, de 76 años y encargado del mobiliario del recinto durante años, quien decidió instalar unas colmenas en el tejado, sorprendiéndose a la semana de ver las mismas rebosantes de miel. Jean ha llegado a vender en los distinguidos escaparates de Fauchon. El kilo de su miel ha alcanzado hasta US$136. Y ya sueña con hacer lo propio desde el cimborrio de la Torre Eiffel.
El hostil medio rural
Como Jean, otros emprendedores han instalado panales en 300 puntos de París que se pueden consultar en Google. “Esta idea surgió en Francia porque en 1994 aparecieron los pesticidas y plaguicidas con neonicotinoides. Por su culpa moría entre 30% y 40% de la colmena. Se acabó demostrando que el medio rural era hostil. Los franceses comprobaron que la miel de ciudad era fantástica y que la mortandad era menor”, explica Suso Arey, portavoz de AGA (Asociación Galega de Apicultura) y promotor del apiario del Jardín Botánico de Culleredo (La Coruña), que desde 2011 da una fantástica miel de eucalipto.
Extrapolar este activismo a enclaves como las azoteas de la Torre Picasso de Madrid o del Hotel Arts de Barcelona parece, de momento, lejano. En la actualidad, esta actividad se regula por el Real Decreto 209/2002. Queda a la observancia de cada comunidad autónoma regular el sector a partir de este texto.
Los efectos sobre la salud
Desde hace años, y no sin cierta controversia, se conocen las bondades de la apiterapia, es decir, el uso discrecional (previo análisis de sangre para comprobar la tolerancia del paciente) de la apitoxina de la picadura de abeja para atenuar reumas, artritis, lumbagos, afecciones respiratorias y hasta el estrés. ¿Cómo incidiría en la salud del perímetro próximo de una comunidad la instalación de una colmena? Aún no hay informes definitivos que demuestren y certifiquen los beneficios sobre la salud de enjambres y, además, algunos alergólogos consultados recelan de las colmenas en núcleos metropolitanos por temor a las picaduras.

miércoles, 11 de junio de 2014

Están de moda las colmenas en los cascos urbanos de las ciudades.

Ciudades como Nueva York, Berlín, Barcelona, Copenhague y próximamente Madrid están adaptando la normativa para que en los cascos urbanos puedan ser instaladas colmenas de autoconsumo.
En las ciudades de Castilla y León ni siquiera se lo han planteado (probablemente aún no se hayan enterado de que el movimiento BeeCity existe). Y los apicultores hemos de soportar el férreo control de las distancias establecidas por la normativa en vigor para ubicar nuestras colmenas conforme se nos exige.
¿hasta cuándo van a abusar los políticos y técnicos de la JCYL de nuestra paciencia? Si ni siquiera en el medio rural se nos permite establecer un apiario a menos de 200 metros del casco urbano (y en algunos casos lo interpretan a la tremenda y lo establecen en 400).


Las organizaciones profesionales agrarias, están demasiado ocupadas peleando por el patrimonio de las cámaras agrarias y juntas agropecuarias locales, amén de sus propias corruptelas internas para dedicarle tiempo y esfuerzos a problemas menores o de menor interés socio-político-económico.

Así que tendrán que ser las asociaciones de apicultores las que peleen por los intereses de sus afiliados más humildes que son los que sensibilizan a la población sobre las grandes bondades de la apicultura (los más grandes no están en estos menesteres ni se les espera).

Los siguientes enlaces tratan noticias de prensa sobre este asunto, a excepción del correspondiente a la Junta de Castilla y León que se trata de humor caustico ( y si no que se lo pregunten al apicultor que protagoniza la noticia):

Subvencion de la JCYL de 25800 Euros por apicultor

Colmenas en el centro de Madrid

Proyecto madrileño de Apicultura Urbana

Colmenas en Copenhague

City Bee asociación

Colmenas en Berlin y Hong Kong